
Si se mantiene el contrato suscrito por Santos Ramírez (con las enmiendas obvias) se ratifica un nexo jurídico contractual entre el Estado y la empresa concesionaria, y por tanto (bloqueando el negociado) no se habría infringido un grave daño económico al Estado. Si se anula se pierden los 35 millones de dólares y eso si es inferir un daño económico al Estado, solo que, esta vez, no lo habría consumado el acusado sino el acusador. Tendría que dejarse en libertad a Ramírez y pasar a ocupar su lugar el Presidente de YPFB o en su defecto ambos tendrían que estar presos.
Leopoldo Fernández fue ilegalmente detenido en Cobija en medio de un complicado operativo militar. El operativo mostraba todas las señas de un escarmiento destinado a sepultar al prefecto autonomista. Seis meses después se articula un movimiento de resistencia opositora pidiendo su libertad y enarbolando además una bandera poderosísima; no más presos políticos. La demanda resuena en todo el tejido social y Leopoldo Fernández termina mas vivo de lo que jamás hubieran imaginado sus adversarios. En seis meses los hicieron el mejor opositor.
La comunidad decide en un ampliado tomar la casa de un potencial adversario político del presidente Morales. La directriz gubernamental (debidamente camuflada) pretende suprimir de antemano cualquier pretensión electoral del ex vicepresidente, empero, es tan adversa la opinión pública que de la noche a la mañana Cárdenas pasa de ser un eventual adversario partidario del NO, a ser el mejor y mas serio candidato de la oposición.
Moraleja: “Todo lo que expurga su parte maldita firma su propia muerte. Así reza el teorema de la parte maldita” (J. Baudrillard)
Tan lapidaria sentencia se aplica –en calidad de principio- a esta cadena de acontecimientos cuya puesta en escena produce el efecto contrario. Todo indica que cuanto más arbitrario es el Estado mas cerca esta de su desmoronamiento y más lejos de su consolidación. Apenas se transgrede una norma que goza de la legitimidad social y el consenso de la tradición, emergen sus efectos inversos. Durante el periodo de las dictaduras militares se podía ver con meridiana claridad el funcionamiento de este misterioso principio; cuanto mas violencia desplegaban menos tiempo les quedaba, y lo mismo, cuanto más poderosos se sentían mas cerca estaba su final. Las cosas suceden como si las normas que se atropellan tomaran revancha expurgando el atropello, Zavaleta debió haber intuido la existencia de “la parte maldita” cuando dijo que no se es poderoso impunemente. En el verbo de la gente de a pie el misterio tiene un nombre menos sofisticado, se llama soberbia. La soberbia es un atributo de los poderosos sin visión de largo plazo que se caracteriza por dar la impresión de que tanto el sujeto de la trasgresión como su victima son eternos. Se sustenta en el supuesto de que nada es capaz de expurgar su propia culpa. En política este es un error grosero que termina –parafraseando a Baudrillard- expurgando su parte maldita bajo la forma de un efecto adverso. En la otra cara de la medalla la historia nos da la oportunidad de enmienda, solo que, para ello, no se puede ser soberbio.
Leopoldo Fernández fue ilegalmente detenido en Cobija en medio de un complicado operativo militar. El operativo mostraba todas las señas de un escarmiento destinado a sepultar al prefecto autonomista. Seis meses después se articula un movimiento de resistencia opositora pidiendo su libertad y enarbolando además una bandera poderosísima; no más presos políticos. La demanda resuena en todo el tejido social y Leopoldo Fernández termina mas vivo de lo que jamás hubieran imaginado sus adversarios. En seis meses los hicieron el mejor opositor.
La comunidad decide en un ampliado tomar la casa de un potencial adversario político del presidente Morales. La directriz gubernamental (debidamente camuflada) pretende suprimir de antemano cualquier pretensión electoral del ex vicepresidente, empero, es tan adversa la opinión pública que de la noche a la mañana Cárdenas pasa de ser un eventual adversario partidario del NO, a ser el mejor y mas serio candidato de la oposición.
Moraleja: “Todo lo que expurga su parte maldita firma su propia muerte. Así reza el teorema de la parte maldita” (J. Baudrillard)
Tan lapidaria sentencia se aplica –en calidad de principio- a esta cadena de acontecimientos cuya puesta en escena produce el efecto contrario. Todo indica que cuanto más arbitrario es el Estado mas cerca esta de su desmoronamiento y más lejos de su consolidación. Apenas se transgrede una norma que goza de la legitimidad social y el consenso de la tradición, emergen sus efectos inversos. Durante el periodo de las dictaduras militares se podía ver con meridiana claridad el funcionamiento de este misterioso principio; cuanto mas violencia desplegaban menos tiempo les quedaba, y lo mismo, cuanto más poderosos se sentían mas cerca estaba su final. Las cosas suceden como si las normas que se atropellan tomaran revancha expurgando el atropello, Zavaleta debió haber intuido la existencia de “la parte maldita” cuando dijo que no se es poderoso impunemente. En el verbo de la gente de a pie el misterio tiene un nombre menos sofisticado, se llama soberbia. La soberbia es un atributo de los poderosos sin visión de largo plazo que se caracteriza por dar la impresión de que tanto el sujeto de la trasgresión como su victima son eternos. Se sustenta en el supuesto de que nada es capaz de expurgar su propia culpa. En política este es un error grosero que termina –parafraseando a Baudrillard- expurgando su parte maldita bajo la forma de un efecto adverso. En la otra cara de la medalla la historia nos da la oportunidad de enmienda, solo que, para ello, no se puede ser soberbio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario