Ahora que el terrorismo se ha instalado en la sociedad boliviana como una forma de expresión política, parece sensato preguntarse cuales fueron sus razones, de hecho las formas más barbarás asociadas la poder: el terrorismo y la tortura, solo se entienden como formas extremas de respuesta por parte de los sujetos sociales y/o políticos. En gran medida, cuando el terrorismo o la tortura no se originan en visiones religiosas o fundamentalistas, nacen de la sensación de estar acorralado por el adversario. Como la locura en el metabolismo de los individuos, el terrorismo en el metabolismo de las sociedades es una respuesta irracional frente a la imposibilidad de engranar relaciones racionales basadas en la comprensión el otro, o al menos, en el reconocimiento de los límites del conflicto y las reglas de juego, desde esta perspectiva ambos extremos (terrorismo y tortura) son respuestas desesperadas frente a la realidad adversa inmanejable en el marco de la racionalidad y comprensión humana. Pude recubrírselas de ideología, de fe, de mito, de magia o de misticismo pero siempre serán, irremediablemente, actos de poder.
Los terroristas parten del supuesto de que se han agotado las posibilidades racionales de entendimiento y que el adversario no esta en capacidad de comprender sus puntos de vista, o en su defecto no los acepta porque hiere sus intereses o menoscaba su situación en la sociedad. El torturador actúa en la certidumbre de que la fuerza bruta es el único mecanismo por el que se logra un objetivo determinado, por lo general, neutralizar o destruir al adversario. Terroristas y torturadores solo adquieren vida propia cuando de antemano se ha comprendido, o al menos se cree comprender, que la forma de avanzar es por el método de la eliminación del oponente, de manera que estas formas extremas de respuesta social y política solo son posibles en escenarios de confrontación crónica y devastación mutua de los oponentes. Es posible que los grupos terroristas no estén estructuralmente ligados a corrientes formales de oposición, como ser partidos, instituciones u otras, empero, asumen esas posiciones como suyas y actúan en nombre de esos ideales. La mayoría de las veces sin embargo están ligadas a estructuras más formales de enfrentamiento.
En este sentido, la existencia de un grupo terrorista y sus siniestros planes, más allá de que se haya convertido en un buen pretexto para defenestrar opositores, o, desde los opositores para echarla en cara al gobierno sus propios métodos de represión, devela el grado de enfrentamiento al que los bolivianos hemos llegado.
Cuando las acciones de poder se conciben como la eliminación del otro, cuando la lucha política e ideológica parte del supuesto de que el adversario solo puede ser suprimido y no cabe ninguna forma de conciliación, mal podemos esperar que las partes en conflicto intercambien ramos de violetas, aun en el supuesto de que los terrorista o los torturadores actúen de forma independiente de los sujetos en conflicto, su mera presencia es la señal segura de que como sociedad y como Estado nos aproximamos al limite peligroso de la violencia como método y la muerte como victoria.
1 comentario:
"Un torturador no se redime ni suicidándose..., pero algo es algo"
Mario Benedetti
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