
Cuando uno escucha los argumentos de los intelectuales orgánicos del “movimiento originario” por un lado y de la “derecha neoliberal” por otro, saltan algunas interrogantes que me he propuesto discutir a través de esta columna. Una de ellas gira en torno a las concepciones de la riqueza y el bienestar. Ambos sectores por encima de cualquier retórica postulan el bienestar y la riqueza para todos los ciudadanos del país; la meta final sin excepciones es que todos tengan lo más y mejor posible.
El deseo de riqueza y bienestar está presente en todas las visiones de sociedad, a pesar de ello, para la izquierda clásica en general y la indigenista en particular “la riqueza goza de mala reputación” (Toffler). La cuestión es por tanto ¿Cómo se hace entonces una nación próspera? La izquierda nativa esta en una encrucijada difícil porque su aversión a la riqueza y su rencor ante los ricos la lleva a rechazar aquello que pretende alcanzar: una nación feliz, que es –como se dijo- por definición (en occidente) una nación rica. Su confusión estriba en la imposibilidad de comprender que las diferencias sociales no surgen del modo de producción (según la vieja concepción marxista) es decir de la posición de los sujetos en el proceso de producción, (obreros vs. capitalistas, pobres vs. ricos, campesinos vs. obreros) hoy es el “sistema de los objetos” el que organizan las diferencias sociales. Los pobres del campo y las ciudades se reconocen diferentes no por aquello que ya tienen, sino por aquello que aún no pudieron adquirir. En el tapete no está la riqueza en discusión, sino su distribución. Hay que añadir además que las mercancías (estos obstinados objetos) se producen como signos y los signos como mercancías (Baudrillard) lo que hace posible que en le juego semiótico del lenguaje un televisor no pueda abrir surcos, pero connota una posición social en la que ya no se requieren grandes extensiones surcadas. Se colige que la visión mítica de la nación originaria es solo una derivada nativa del desarrollo del capitalismo, y apunta -como la nación de los neoliberales- a producir ciudadanos modernos. El país óptimo es un país repleto de gente que vive bien; ese es el principio y el final de la riqueza. El código es el mismo para ambos: cuanto mejor hubieras satisfecho tus necesidades humanas serás más feliz. (la definición excluye obviamente el derroche)
En el camino surgirá algún teórico apelando la diferencia de las culturas; ¡El khara que escribió ese artículo no pertenece a mi cultura! Sería una reacción expectable, excepto que yo mestizo y mi hipotético interlocutor originario consumimos lo mismo, estamos en la misma rasante y la clave es simple por una razón elemental; la cultura es la circulación infinita de los signos que deseamos y consumimos todos, de manera que los izquierdistas originarios y los neoliberales de derecha terminan haciendo lo mismo: comprando cultura de occidente en pos de la felicidad.
Sin embargo es obvio que las diferencias no pueden ignorarse, este es un país cuya brecha entre ricos y pobres causa espanto ¿Donde radica el dilema? ¿Cual es el error? A saber, la estructura Instrumental, la utilización clasista, discriminatoria, excluyente y racista de los aparatos del poder político y económico que condeno a las mayorías a la pobreza. Esta es una verdad de inicio y lo que estamos viviendo es una disyuntiva de culminación, quiere decir esto que es más útil y tiene más sentido no lamentar el pasado y construir el presente bajo un tácito acuerdo de conceptos; el primero de ellos deberá dilucidar si la riqueza es tan mala como la ven unos, o tan buena como la ven los otros.
El deseo de riqueza y bienestar está presente en todas las visiones de sociedad, a pesar de ello, para la izquierda clásica en general y la indigenista en particular “la riqueza goza de mala reputación” (Toffler). La cuestión es por tanto ¿Cómo se hace entonces una nación próspera? La izquierda nativa esta en una encrucijada difícil porque su aversión a la riqueza y su rencor ante los ricos la lleva a rechazar aquello que pretende alcanzar: una nación feliz, que es –como se dijo- por definición (en occidente) una nación rica. Su confusión estriba en la imposibilidad de comprender que las diferencias sociales no surgen del modo de producción (según la vieja concepción marxista) es decir de la posición de los sujetos en el proceso de producción, (obreros vs. capitalistas, pobres vs. ricos, campesinos vs. obreros) hoy es el “sistema de los objetos” el que organizan las diferencias sociales. Los pobres del campo y las ciudades se reconocen diferentes no por aquello que ya tienen, sino por aquello que aún no pudieron adquirir. En el tapete no está la riqueza en discusión, sino su distribución. Hay que añadir además que las mercancías (estos obstinados objetos) se producen como signos y los signos como mercancías (Baudrillard) lo que hace posible que en le juego semiótico del lenguaje un televisor no pueda abrir surcos, pero connota una posición social en la que ya no se requieren grandes extensiones surcadas. Se colige que la visión mítica de la nación originaria es solo una derivada nativa del desarrollo del capitalismo, y apunta -como la nación de los neoliberales- a producir ciudadanos modernos. El país óptimo es un país repleto de gente que vive bien; ese es el principio y el final de la riqueza. El código es el mismo para ambos: cuanto mejor hubieras satisfecho tus necesidades humanas serás más feliz. (la definición excluye obviamente el derroche)
En el camino surgirá algún teórico apelando la diferencia de las culturas; ¡El khara que escribió ese artículo no pertenece a mi cultura! Sería una reacción expectable, excepto que yo mestizo y mi hipotético interlocutor originario consumimos lo mismo, estamos en la misma rasante y la clave es simple por una razón elemental; la cultura es la circulación infinita de los signos que deseamos y consumimos todos, de manera que los izquierdistas originarios y los neoliberales de derecha terminan haciendo lo mismo: comprando cultura de occidente en pos de la felicidad.
Sin embargo es obvio que las diferencias no pueden ignorarse, este es un país cuya brecha entre ricos y pobres causa espanto ¿Donde radica el dilema? ¿Cual es el error? A saber, la estructura Instrumental, la utilización clasista, discriminatoria, excluyente y racista de los aparatos del poder político y económico que condeno a las mayorías a la pobreza. Esta es una verdad de inicio y lo que estamos viviendo es una disyuntiva de culminación, quiere decir esto que es más útil y tiene más sentido no lamentar el pasado y construir el presente bajo un tácito acuerdo de conceptos; el primero de ellos deberá dilucidar si la riqueza es tan mala como la ven unos, o tan buena como la ven los otros.


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