domingo, 9 de agosto de 2009

Una litografía del 900


La semana pasada la opinión pública se entero de que el gobierno emprenderá una depuración administrativa en el sector público fundamentada en la necesidad de contar en cada unidad de gestión del Estado con funcionarios pluriculturales. “Según el nuevo perfil del empleado público elaborado por el Ejecutivo, (éste) debe ser eficiente y eficaz, solidario, honesto, creativo, proactivo, no discriminador, facilitador y, sobre todo, “comprometido con el cambio” que impulsa el Gobierno del presidente Evo Morales.
El director nacional de Gestión Pública y ex constituyente del Movimiento Al Socialismo (MAS), Raúl Prada, -dice la publicación- afirmó que “se dará oportunidad a todos”, pero los que no encajen en el nuevo modelo de administración del aparato estatal, “obviamente”, no podrán ser parte de él, “porque no será un espacio de privilegios personales”.
“Necesitamos servidores públicos que realmente respondan a esta revolución cultural de las conductas y comportamientos, y en ese sentido hay que abrirse al conjunto de la población”. Además, “no debe ser soberbio sino humilde” (sic!) (La Prensa 17 de Julio 2009) No cabe la menor duda; es la más noble de las pretensiones, sin embargo: ¿Cómo piensa el Director de Gestión Pública identificar tan nobles cualidades? ¿Qué criterios podrían dar cuenta –en un proceso de selección de recursos humanos- con un mínimo de ecuanimidad y transparencia de la naturaleza “eficiente y eficaz, solidaria, honesta, creativa, proactiva, no discriminadora facilitadora y, sobre todo, “comprometida con el cambio”? Al leer las palabras del Director General me viene a la memoria los elaborados protocolos que los nazis inventaban a efectos de identifica el modelo del ciudadano “puro” (por supuesto racialmente puro), o los esfuerzos de Mussolini por construir el “ciudadano fascista” a través de la extensa red de escuelas que había montado con la cuarta parte del presupuesto nacional de educación. En el fondo queda claro que el intento va de la mano con la embestida gubernamental por homogenizar la sociedad nacional, En la óptica estatal actual la Revolución Cultural requiere “conductas y comportamientos” estándar, nadie se contradice, nadie piensa diferente. Es un esfuerzo propio de los regímenes totalitarios cuya mayor aspiración es poseer una categoría homogénea de individuos, todos igualitos, mucho más los empleados del estado, todos con los mismos argumentos y en el horizonte final, una ecuación social e ideológica idéntica para todos, lo que garantiza que todos “encajen” en el modelo unilineal del Estado. El optimo posible de este funcionario pluricultural produce exactamente lo inverso: un sujeto monoplural, unidimensional, unilineal, cero divergencia, cero oposición, una litografía del 900 como diría Céspedes.
La propuesta del gobierno lejos de contribuir en la construcción de un ciudadano pluricultural (que a claras luces sería lo mejor) se resume en una sola sentencia: si no eres como lo que necesitamos estas fuera. En la jerga oficialista esto se llama “descolonizar” la administración de las instituciones del Estado” (DS 212), empero, en el contexto en que se utiliza de forma tan reiterativa el concepto “descolonizar” o el de “pluriculturalidad”, -más allá de las palabras y los argumentos imaginativos o mentirosos a los que nos vamos acostumbrando- el propósito huele a eliminar toda huella de divergencia, una burda cubanización de los aparatos de Estado.

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