Uno de los mayores desafíos de estos tiempos es sin duda, el desafío tecnológico, no en vano se dice que vivimos la sociedad del conocimiento, por ello no deja de ser cierto que hacemos parte de un amplio contingente de sociedades analfabetas, nuestro analfabetismo proviene de los bajos niveles de dominio científico y tecnológico con el que contamos. Ninguno de los países en desarrollo esta en condiciones de manejar apropiadamente los códigos del siglo XXI. El desarrollo de la tecnología, particularmente la informática ha limitado el manejo del lenguaje y se ha empobrecido el valor de nuestras propias culturas en virtud de la lenta o casi nula asimilación al proceso tecnológico global. En este horizonte, la verdadera distancia entre naciones pobres y ricas o su equivalente en grandes bloques, es del orden de la información, la informática y las habilidades tecnológico-científicas, esto es, las últimas y más caras mercancías de veloz circulación en el mercado.
Desde esta perspectiva la educación, particularmente la educación superior, forma parte de una amplia gama de productos del mercado. Produce y vende conocimiento. De hecho el “mercado educativo” define el status de las naciones y el criterio vigente en este campo es el “valor económico del conocimiento”. Expresiones como “mercado internacional del conocimiento”, “circulación del conocimiento” o “circulación de la memoria tecnológica” constituyen los elementos fundamentales de los paradigmas de desarrollo y sus posibilidades de integración global. Se suma a ello el hecho de que el progreso tecnológico y científico es capaz de revitalizar los lazos de solidaridad humana y el “florecimiento de las culturas en diálogo con la ciencia”. Esta suerte de globalización del conocimiento (tan injustamente desprestigiada hoy en día) se orienta a la mejor distribución de las ventajas alcanzadas por la civilización en todos sus ordenes; científico, cultural, político, intelectual, económico etc. en el horizonte de una convivencia global que garantice la diversidad, en definitiva se trata de encontrar los mecanismos y formas de re-crear la identidad en un mundo global. Un encuentro “del mundo de la razón” con el “mundo de la vida” tal cual es, de ahí que -como tantas se ha dicho- la noción de identidad (desmesuradamente explotada por propios y ajenos) debe entenderse desde la perspectiva de la educación superior, como un mecanismo nacional capas de articular la diversidad y no de propiciar la exclusión.
Por ello, la Universidad no puede sustraerse de la realidad planetaria actual, en todo caso, en un esquema de globalización deberá generar procesos formativos orientados a preservar la identidad nacional en el ámbito de la “educación global” sobre la base de una concepción profundamente humana y solidaria de la educación en todos sus niveles como un acto de libertad centrada en el sujeto.
Desde esta perspectiva la educación, particularmente la educación superior, forma parte de una amplia gama de productos del mercado. Produce y vende conocimiento. De hecho el “mercado educativo” define el status de las naciones y el criterio vigente en este campo es el “valor económico del conocimiento”. Expresiones como “mercado internacional del conocimiento”, “circulación del conocimiento” o “circulación de la memoria tecnológica” constituyen los elementos fundamentales de los paradigmas de desarrollo y sus posibilidades de integración global. Se suma a ello el hecho de que el progreso tecnológico y científico es capaz de revitalizar los lazos de solidaridad humana y el “florecimiento de las culturas en diálogo con la ciencia”. Esta suerte de globalización del conocimiento (tan injustamente desprestigiada hoy en día) se orienta a la mejor distribución de las ventajas alcanzadas por la civilización en todos sus ordenes; científico, cultural, político, intelectual, económico etc. en el horizonte de una convivencia global que garantice la diversidad, en definitiva se trata de encontrar los mecanismos y formas de re-crear la identidad en un mundo global. Un encuentro “del mundo de la razón” con el “mundo de la vida” tal cual es, de ahí que -como tantas se ha dicho- la noción de identidad (desmesuradamente explotada por propios y ajenos) debe entenderse desde la perspectiva de la educación superior, como un mecanismo nacional capas de articular la diversidad y no de propiciar la exclusión.
Por ello, la Universidad no puede sustraerse de la realidad planetaria actual, en todo caso, en un esquema de globalización deberá generar procesos formativos orientados a preservar la identidad nacional en el ámbito de la “educación global” sobre la base de una concepción profundamente humana y solidaria de la educación en todos sus niveles como un acto de libertad centrada en el sujeto.
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