
El ministro de defensa ha declarado que la amenaza del presidente Chávez de invadir militarmente Bolivia en una eventual crisis del gobierno actual, es solamente un acto de “solidaridad”. Chávez nos ofreció convertir Bolivia en un Vietnam. Que esto venga del funcionario cuyo trabajo es precisamente defender la soberanía y la integridad de la nación frente a cualquier intervención extranjera no puede menos que obligarnos a meditar seriamente en la naturaleza del actual momento. Otros colegas suyos encontraron las temerarias amenazas totalmente inofensivas, y en todos los casos, los altos funcionarios de Estado consideraron que no se trata de ninguna injerencia. El presidente Morales guardo un silencio sobrecogedor, obviamente la indignación ciudadana obligo al ministro de Gobierno a declarar –finalmente- que los problemas de los bolivianos “los arreglaremos entre los bolivianos, en democracia y respetando la soberanía”.
En política como en la vida cotidiana, hay un punto en que el alcance de los pactos y las afinidades (en éste caso ideológicas y políticas) tiene un límite, tanto como hay un punto de no retorno. La sensación que ha dejado este bochornoso incidente y la dócil posición del gobierno es que estamos ya en el punto de no retorno, lo que significaría que por alguna razón el Estado nacional ingresó peligrosamente en una vorágine de condescendencias que podría terminar en un desastre; Chávez sabe muy bien lo que dice y lo que calla. Como contraparte las fuerzas políticas de oposición junto a la opinión pública reconocen en el episodio no meramente una pose propia de las aspiraciones imperiales del mandatario venezolano, sino, una posibilidad real de que éste lleve al limite sus planes hegemónicos ante una permanente anuencia política boliviana, a estas alturas, altamente condicionado por los petrodólares caraqueños, de hecho, la intuición y la experiencia de los más “duchos” se ha manifestado en las palabras del prefecto de La Paz, José Luis Paredes: “cuidado que esos dólares –ha dicho- tengan un precio demasiado alto”.
Si por un lado las declaraciones de los ministros bolivianos ante la temeraria declaración han dejado clara la naturaleza hegemónica y el alcance de las aspiraciones geopolíticas de Chávez, por el otro ha puesto de manifiesto la fragilidad del gobierno de Evo Morales frente a su eventual aliado ha sido de una impotencia radical para asumir una posición más soberana, o al menos, acorde con el discurso oficial sobre el tema. Los ciudadanos de a pié encontramos en este episodio una especie de constatación del renunciamiento voluntario a la defensa de la soberanía y la dignidad nacional en función de una alianza que parece haber ingresado en el punto de no retorno, nadie sabe ahora quien ni como podrá detener la estrategia venezolana y por momentos parece que aún si este temor hiciera parte del gobierno, ya se duda de que como Gobierno pueda marcar el limite de las injerencias, se suma a esta dificultad la puesta en escena de un juego discursivo que va perdiendo efectividad, algo ejemplificado en las declaraciones de un alto dirigente y diputado oficialista que decía que las relaciones con EE.UU. son de maravilla aunque el presidente le hubiera prohibido la entrada a Palacio a su embajador. Así como la ambigüedad de este argumento reafirma la difícil relación en vez de disimularla, la ambigüedad de la posición oficial del gobierno frente a las amenazas chavistas no pueden ya subsanarse con hábiles juegos de palabras; los gobernantes actuales deben asumir una posición clara, no solo porque es parte de sus más altas responsabilidades, sino, porque la sociedad boliviana, como cualquier otra, es enormemente sensible en la defensa de su patrimonio y de su dignidad como Nación, y entiende que las bonitas frases de los discursos sobre el particular, están ahora a prueba y el silencio no es la mejor respuesta.
En política como en la vida cotidiana, hay un punto en que el alcance de los pactos y las afinidades (en éste caso ideológicas y políticas) tiene un límite, tanto como hay un punto de no retorno. La sensación que ha dejado este bochornoso incidente y la dócil posición del gobierno es que estamos ya en el punto de no retorno, lo que significaría que por alguna razón el Estado nacional ingresó peligrosamente en una vorágine de condescendencias que podría terminar en un desastre; Chávez sabe muy bien lo que dice y lo que calla. Como contraparte las fuerzas políticas de oposición junto a la opinión pública reconocen en el episodio no meramente una pose propia de las aspiraciones imperiales del mandatario venezolano, sino, una posibilidad real de que éste lleve al limite sus planes hegemónicos ante una permanente anuencia política boliviana, a estas alturas, altamente condicionado por los petrodólares caraqueños, de hecho, la intuición y la experiencia de los más “duchos” se ha manifestado en las palabras del prefecto de La Paz, José Luis Paredes: “cuidado que esos dólares –ha dicho- tengan un precio demasiado alto”.
Si por un lado las declaraciones de los ministros bolivianos ante la temeraria declaración han dejado clara la naturaleza hegemónica y el alcance de las aspiraciones geopolíticas de Chávez, por el otro ha puesto de manifiesto la fragilidad del gobierno de Evo Morales frente a su eventual aliado ha sido de una impotencia radical para asumir una posición más soberana, o al menos, acorde con el discurso oficial sobre el tema. Los ciudadanos de a pié encontramos en este episodio una especie de constatación del renunciamiento voluntario a la defensa de la soberanía y la dignidad nacional en función de una alianza que parece haber ingresado en el punto de no retorno, nadie sabe ahora quien ni como podrá detener la estrategia venezolana y por momentos parece que aún si este temor hiciera parte del gobierno, ya se duda de que como Gobierno pueda marcar el limite de las injerencias, se suma a esta dificultad la puesta en escena de un juego discursivo que va perdiendo efectividad, algo ejemplificado en las declaraciones de un alto dirigente y diputado oficialista que decía que las relaciones con EE.UU. son de maravilla aunque el presidente le hubiera prohibido la entrada a Palacio a su embajador. Así como la ambigüedad de este argumento reafirma la difícil relación en vez de disimularla, la ambigüedad de la posición oficial del gobierno frente a las amenazas chavistas no pueden ya subsanarse con hábiles juegos de palabras; los gobernantes actuales deben asumir una posición clara, no solo porque es parte de sus más altas responsabilidades, sino, porque la sociedad boliviana, como cualquier otra, es enormemente sensible en la defensa de su patrimonio y de su dignidad como Nación, y entiende que las bonitas frases de los discursos sobre el particular, están ahora a prueba y el silencio no es la mejor respuesta.
1 comentario:
LA SOBERANIA BOLIVIANA,
la soberanía de SANTA CRUZ no pertenece a Hugo Chavez,
ni siquiera a quien detenta la presidencia de turno en Bolivia:
el rechazado mil veces repelido Indio morales.
LA SOBERANIA ES DEL PUEBLO y el pueblo para que lo sepa todo el mundo
NO ES UNA ETNIA, sino una combinación de muchos elementos, de muchos matices.
Hugo Chavez, es un soberbio e insignificante detritus y con
la vara que mide sera medido.
¿¿¿¿Les ha QUEDADO CLARO?????
Fuera extranjeros intrusos. Fuera venezolanos, complices de los terroristas de alcaeda que intentaron
descargar cargamento nuclear robado de los Estados Unidos en bolivia. EL PUEBLO EN QUIEN RESIDE LA SOBERANÍA LES
EXPULSA. FUERA.
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